Mi visión de lo posible: el triángulo de la transformación

La verdad es que siempre he tenido este deseo, siempre había soñado con escribir un libro. Y por fin, está muy cerca el día de cumplir un sueño. En unos días, se publicará mi primer libro: Mi visión de lo posible: el triángulo de la transformación.

Debo reconocer, aun cuando ni me lo habría imaginado, que es un trabajo extremadamente duro, aunque muy gratificante. El proceso de investigación, de síntesis de las principales ideas, el temido ejercicio de trazar la estrategia para elaborar el discurso, los principales contenidos, los mensajes, y el proceso de escritura del primer manuscrito, es una tarea divertida, entretenida, y os puedo asegurar que  se consumen muchas tazas de café durante el proceso. Dejas de dormir muchas noches, y en muchas ocasiones, entre la vela nocturna, aparecen mensajes e ideas importantes, que si no te levantas y las escribes inmediatamente, el santo se sube al cielo y a la mañana siguiente ni te acuerdas de qué te susurraba en las orejas tu ángel de la guarda; ahora, con algo de certeza, lo puedo afirmar por experiencia: es una aventura apasionante.

Una vez concluyes el primer manuscrito, entonces empieza una auténtica carrera por el alumbramiento del bebé que has estado amamantando durante semanas. En cambio, a pesar de la alegría que sientes al haber terminado la primera etapa, te dan la bienvenida las dudas, los miedos, algunos fracasos, y la incertidumbre de no saber muy bien si lo que has estado masticando entre cansancios y penumbras, va a tener un potencial interés para un público objetivo. Como en mi caso, un novato en estos avatares tiene mayores dificultades, porque en este reto es fundamental conocer muy bien cómo funciona el complejo mundo de las editoriales, con sus modelos de negocio y sus entretelas por la senda de la decisión: publicar el libro.

Entre otros vericuetos, hay que someterse a la lógica comprobación de que tus ideas están bien arraigadas, bien fundamentadas, por lo que es absolutamente necesario contar con algunos ángeles que te ayuden a aterrizar los mensajes, ajustar el estilo, corregir las erratas, ordenar con mayor objetividad la secuencia de la trama que conduce a las conclusiones que harán a tu potencial lector convencerse de que ha merecido la pena la inversión realizada. Mientras tanto, la impaciente espera de que algún editor encuentre interés por tu trabajo y te diga: ¡Nos interesa, lleguemos a un acuerdo!

A veces, las respuestas son desalentadoras. Si no eres un personaje mediático lo tienes complicadísimo, aunque el tema tenga interés, el manuscrito esté redactado con gusto, bien elaborado, y con potencial aportación de valor para los objetivos que persigues, te llevas un buen mazazo cuando te llaman y te presentan las condiciones y las limitaciones para llevar tu sueño al puerto deseado: las librerías y tus potenciales lectores. No, no me quejo, hasta cierto punto lo comprendo: las editoriales son empresas, esto es un negocio, tienen que invertir con cuidado y deben asegurar la recuperación de sus costes y obtener algún beneficio. Ciertamente, se publica mucha bazofia en nuestro mercado literario, pero si la gente lo compra, la calidad parece que no es lo transcendente.

Por eso, quiero dar las gracias a todas las personas que me han ayudado durante estos meses de trabajo; también a aquellos que con sus prudencias -aún cuando me han sumido unos minutos en un cierto desaliento- me han llenado de energía y de mayor estímulo para hacer posible mi visión de lo posible: ha sido la mejor forma de ejercitar la mayoría de las cosas que transmito en este trabajo. Quien sabe, la vida te proporciona en ocasiones las dificultades necesarias para comprobar tu capacidad de superar las barreras y las dificultades inherentes a la aventura de escribir un libro.

Ahora estoy a la espera de que me llamen, de que me den la buena noticia: ¡Ha salido de la imprenta: ya lo tenemos!

Hasta que llegue ese momento, solo quiero dar las gracias, gracias de corazón.